Músicos multitarea
CICLO GRANDES INTÉRPRETES
Lunes, 28 de Octubre de 2019. Teatro Gayarre de Pamplona. Juan Kruz Díaz de Garaio, coreografía y danza. Orquesta Camerata de Ginebra. David Greilsammer, director. Jean Baptiste Lully: ‘El burgués gentilhombre’: Suite, (1670). Wolfgang Amadeus Mozart: ‘Sinfonía número 40 en Sol menor, KV 550’, (1788). Concierto inscrito en el Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Municipal Teatro Gayarre 2019-2020.
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Desde hace tiempo, los músicos están buscando alternativas a los formatos convencionales de concierto. Algunos programadores se han dado cuenta de que el ritual habitual de la sala de conciertos puede parecer algo frío, sobre todo para el público joven. Suele entenderse que el público de hoy no puede mantener la concentración durante el tiempo que dura un concierto y que por eso hay que acompañar la música con coreografías, imágenes, iluminación, etc. Por lo que a nosotros respecta, estamos abiertos a todas estas innovaciones, siempre que no perjudiquen a sus intérpretes y no les lleven a comprometer la realización sonora de las obras.
El concierto que ofrecía la Camerata de Ginebra y que iniciaba el Ciclo de Grandes Intérpretes 2019-2020 se presentaba como una de estas propuestas innovadoras. Juan Kruz Díaz de Garaio, bailarín y coreógrafo, había preparado un espectáculo conformado por dos obras icónicas del repertorio en el que tanto él como los propios intérpretes bailaban durante la interpretación, ajustando igualmente otros efectos como la iluminación. La clave del asunto, naturalmente, era comprobar cómo se llevaría a cabo este proyecto.
En la primera parte, se escuchó una suite de El burgués gentilhombre de Lully, la música incidental que el autor francés de origen italiano compuso para acompañar el texto de Moliére. Es una música vibrante y enérgica, expresamente escrita para ser bailada. El hecho de que los músicos intervengan en la danza con moderación y que jueguen con diferentes posiciones en el escenario parece bastante natural, y Juan Kruz Díaz de Garaio ideó una coreografía que no entorpecía el discurso musical. Por su parte, David Greilsammer se mostró como un director plenamente conocedor de la manera en que debe interpretarse el repertorio del Barroco francés, como resultó claro en una cuidadosísima obertura y en la solemne entrada de los turcos, que en realidad sirvió para la progresiva salida de los músicos de escena.
En la segunda parte, se escuchó la Sinfonía número 40 de Mozart, una obra no pensada en principio para ser bailada. Los músicos comenzaron a interpretar el primer movimiento desde el patio de butacas, tocando a diferentes niveles y en posición poco convencional, lo que creó abundantes desequilibrios y una palpable falta de entendimiento. Al llegar al desarrollo, los músicos comenzaron a avanzar hacia el escenario conforme el discurso musical se volvía más y más complejo, de manera que todo resultaba diluido. Todo el resto de la obra se tomó con gran presteza, mientras los músicos iban adoptando posturas incómodas que, por fuerza, les impidieron dar lo mejor de sí en su interpretación. David Greilsammer afrontó la obra siguiendo todas las modas historicistas, (tempi muy ligeros, Minueto más dramático que noble, metales muy marcados, etc.), lo que en otros contextos podría haber dado lugar a una interpretación discutible pero interesante. En este caso, sin embargo, fue una versión musical muy poco cuidada, por necesidades del guion.
La Camerata de Ginebra es una buena orquesta, que en condiciones normales podría haber realizado un concierto muy interesante con estas obras. Pero cuando al programar los conciertos pretendemos contar con músicos multitarea, debemos cuidar de que las obligaciones extramusicales no comprometan la calidad musical del espectáculo. Por mucho que podamos enriquecer un concierto con efectos de luces, vestuario, danza, etc., no debemos olvidar que la música debe seguir siendo lo más importante.