«FAMILIA QUE TOCA UNIDA» MICHAEL BARENBOIM VIOLÍN Y ELENA BASKIROVA PIANO EN EL GAYARRE

MÚSICA Xabier Armendáriz

“Familia que toca unida…”

Jueves, 23 de marzo. Teatro Gayarre. Michael Barenboim, violín y viola. Elena Bashkirova, piano. Franz Schubert: Sonatina para violín y piano en La menor, Op. 137 número 2, D. 385, (1816). Robert Schumann: Sonata para violín y piano número 1 en La menor, Op. 105, (1851). Imágenes de cuentos para viola y piano, Op. 113, (1851). Franz Schubert: Sonata para arpeggione y piano en La menor, D. 821, (1824). Ciclo Grandes Intérpretes.

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Aunque la naturaleza es a veces caprichosa, el destino de Michael Barenboim parecía marcado desde el comienzo. Su padre, Daniel Barenboim, es seguramente el músico clásico más extraordinario de la segunda mitad del siglo XX, considerando sus logros como pianista y director. Su madre, Elena Bashkirova, no ha alcanzado la fama de su pareja, pero es igualmente una intérprete importante del instrumento de las 88 teclas y continúa una distinguida dinastía, dado que su padre, Dimitri Bashkirov, fue seguramente el pedagogo del piano ruso más influyente en la segunda mitad del siglo XX y, como miembro de jurados en numerosos concursos, se convirtió en un gurú del teclado.

Y en efecto, Michael Barenboim se ha convertido en un violinista muy destacado y ha iniciado una exitosa carrera, vigilada estrechamente por su padre, siendo concertino de la Orquesta del West Eastern Divan y grabando repertorio concertante y camerístico con él. Este concierto en el Gayarre constituía su presentación en Pamplona y una oportunidad para medirle en un repertorio que no permite subterfugios ni medias tintas.

Se iniciaba la sesión con la Sonatina D. 385 de Schubert, una obra de juventud de dimensiones relativamente escasas, pero de gran hondura musical. Aunque ninguno de los dos artistas había entrado aún en materia, sí empezaron a verse las cartas de ambos. Elena Bashkirova mostró un toque perlado y sutil, siempre atenta a destacar las líneas maestras del contrapunto donde fuera necesario. Era un sonido fuertemente emparentado con el que Daniel Barenboim viene mostrando como pianista, especialmente desde su grabación de las sonatas completadas de Schubert. Por su parte, Michael Barenboim mostró un sonido no muy denso pero sí penetrante, de buen volumen. El fraseo de ambos era ocasionalmente algo artificioso, pero eso se resolvió cuando interpretaron la Sonata para violín y piano número 1 de Schumann. Aquí lo más asombroso fue el cuarto movimiento, que sonó con toda la ligereza deseable pero sin perder hondura.

Con todo, lo mejor estaba aún por llegar. En la segunda parte, Michael Barenboim cambió el violín por la viola y ofreció una lectura cargada de sutilezas de las Narraciones de cuentos de Schumann, apoyado desde el piano por una Elena Bashkirova inspiradora; fue para el recuerdo el movimiento final, donde ninguno de los dos instrumentistas necesitó de un fraseo especialmente apasionado para tocar el corazón del público. Ambos aplicaron la misma receta a la Sonata para arpeggione y piano de Schubert, compuesta para un instrumento que perdió vigencia muy poco después de que se escribiera esta obra. De nuevo, toda la interpretación fue extraordinaria, pero ambos tocaron el cielo en el segundo movimiento, y otra vez sin necesitar grandes gestos. De propina, se escuchó el segundo movimiento de la Sonata para clarinete y piano número 1 de Brahms. El sonido más oscuro e intenso de la viola, y la concentración absoluta de madre e hijo, lograron un momento absolutamente mágico.

En conjunto, fue un concierto que respondió a las expectativas que debían esperarse de dos músicos de su fama, y que hizo honor al conocido refrán: familia que toca unida, permanece unida.

Autor entrada: xabier armendariz

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