Cuarteto con historia
Domingo, 24 de Enero de 2016. Teatro Gayarre de Pamplona. Cuarteto Juilliard (Joseph Lin y Ronald Copes, violines; Roger Tapping, viola; Joel Krosnick, violonchelo). Wolfgang Amadeus Mozart: Cuarteto de cuerda número 19 en Do mayor, KV 465, (De las disonancias), (1785). Richard Wernick: Cuarteto de cuerda número 9, (2015). Claude Debussy: Cuarteto de cuerda en Sol menor, Op. 10, (1893). Concierto inscrito en el Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Municipal Teatro Gayarre 2015-2016.
El Cuarteto Juilliard es una de las agrupaciones camerísticas en activo con más solera. En los años cuarenta, fue pionera en la difusión de la música de los autores de la Segunda Escuela de Viena (Schönberg, Webern y Berg), cuando dicha música era mucho menos aceptada aún que ahora en las salas de conciertos. La Edad de Oro del conjunto fue en los años cincuenta, sesenta y setenta y, aunque después el Juilliard no ha seguido una carrera fonográfica tan intensa, los sucesivos cambios de formación no han mermado su calidad. El concierto que nos ocupa mostró con creces la conjunción de un ensemble perfectamente establecido.
El Cuarteto KV 465 de Mozart debe su sobrenombre de Las disonancias a una introducción muy particular, en la que se escuchan algunas armonías muy poco convencionales para la época; el efecto puede llegar a ser bastante perturbador. Sin embargo, una interpretación como la que ofreció el Cuarteto Juilliard, tan distante, difuminó el efecto de ese pasaje, que por momentos pareció aséptico. Fue éste el único aspecto discutible de una interpretación pujante y no carente de dramatismo, rústica en un Minueto de gran ligereza y cantábile en un tiempo lento muy paladeado. Algunos espectadores dejaron escapar bravos al final.
El Cuarteto número 9 de Richard Wernick es una obra desconcertante. Se divide en dos movimientos que muestran una indudable influencia postweberniana, palpable en el cuidadoso empleo de los efectos tímbricos. El otro referente, más moderno, es el compositor húngaro György Kurtag. Sin embargo, a Wernick le falta aprender de los mencionados maestros su gusto por la brevedad. La atmósfera ominosa del segundo movimiento capta la atención y la secuencia podría funcionar como obra independiente; en el primer movimiento se extiende tanto que queda la impresión de que sobran algunos compases. El Cuarteto Juilliard defendió la obra con gran convencimiento y dedicación.
El Cuarteto de cuerda de Claude Debussy es una obra de juventud. Justo ese año escribió el compositor francés el Preludio a la siesta de un fauno, la obra en la que descubrió todas sus esencias, pero este cuarteto todavía muestra algunas influencias de Franck. El Cuarteto Juilliard optó por una interpretación muy calculada de la obra, aunque no carente de intensidad expresiva en los dos últimos movimientos ni de sentido del humor. El diálogo entre los cuatro instrumentistas fue ejemplar, y al final quedó la sensación de una interpretación bien construida, aunque tal vez no al nivel de lo que se había escuchado en momentos puntuales de la primera parte. En todo caso, los aplausos del público fueron generosos y muy merecidos, respondiendo el conjunto con una interpretación memorable, indescriptible del tiempo lento del Cuarteto Op. 135, última obra terminada por Beethoven. Fue una lástima que el Juilliard no hubiera optado por tocar la obra completa en lugar de la composición de Debussy; habría mostrado la conexión de Beethoven con el siglo XX.
En todo caso, fue un concierto muy importante, a cargo de un grupo que tiene tanta historia como porvenir. A pesar de los cambios en su constitución, sigue el mismo trabajo de conjunto de siempre y la misma curiosidad por explorar repertorios antiguos y nuevos.