EL PIANISTA JAMES RHODES «FENÓMENO SOCIAL» EN EL GAYARRE

Fenómeno social

Domingo, 28 de Octubre de 2018. Teatro Gayarre de Pamplona. James Rhodes, piano. Johann Sebastian Bach: Partita [para clave] número 1 en Si bemol mayor, BWV 825, (1726). Fryderyk Chopin: Concierto para piano y orquesta número 1 en Mi menor, Op. 11: Segundo movimiento, (versión para piano solo realizada por Mily Balakirev), (1830). Balada para piano número 3 en La bemol mayor, Op. 47, (1841). Sergei Rachmaninov: Preludio para piano en Do sostenido menor, Op. 3 número 2, (1892). Preludio para piano en Re bemol mayor, Op. 32 número 13, (1910). Concierto inscrito en el Ciclo de Grandes Intérpretes 2018-2019 de la Fundación Municipal Teatro Gayarre.

James Rhodes no es un pianista convencional. Su salto a la fama se produjo gracias a un libro de memorias, Instrumental, en el que cuenta algunos aspectos importantes de su vida. Después de ser objeto de abusos sexuales entre los seis y los diez años, su adolescencia y juventud se vieron marcadas por su comportamiento antisocial, el consumo de drogas y diversas autolesiones, incluyendo varios intentos de suicidio. Al parecer, sólo la música le ha ayudado a superar (parcialmente) la situación, y por eso dedica Rhodes su tiempo a anunciar el evangelio de la música clásica, mostrando una imagen de “rebelde” frente al sistema. Es un habitual en la BBC británica, donde ofrece programas y documentales de divulgación musical, y también aparece regularmente en la Cadena Ser. En el concierto que nos ocupa, la expectación era inusitada, mucho mayor que en los recitales de piano habituales, algo perfectamente explicable conociendo la dimensión del personaje.

De hecho, los conciertos de James Rhodes suponen una experiencia muy diferente del clásico recital de piano solo. Para empezar, Rhodes explica con mucha gracia las obras que interpreta, por qué son importantes para él y en qué puede fijarse el espectador al escucharlas. No presenta el repertorio clásico como si fuera un secreto arcano, sino como un vasto repertorio que cualquiera puede entender y sentir. Su apariencia informal y el no alargar artificialmente los programas de los conciertos componen el resto. Al final de la sesión, la respuesta del público fue la dispensada habitualmente a los artistas pop.

Como pianista, Rhodes no resulta tan completo. El británico no es un hipertécnico del instrumento y no se deja arrastrar por el virtuosismo vacío, como sí lo hacen muchos intérpretes de hoy. Además, tiene claros cuáles son sus ídolos pianísticos y procura alcanzar resultados similares. Su Partita en Si bemol mayor de Bach debe mucho al estilo de Glenn Gould, aunque al pianista canadiense le habría sorprendido la expansividad de los tiempos lentos de Rhodes; tiende a usar excesivamente el pedal, y por eso algunas secciones rápidas quedan poco claras. En Chopin, alarga especialmente el tempo (propio de Sokolov), pero así es muy complicado que las melodías tomen vuelo y todo tiende a sonar sentimental. Tanto en la balada chopiniana como en los preludios de Rachmaninov, a Rhodes le faltó sentido del drama. Nada mejor que escuchar a los pianistas históricos para entender lo que estas obras pueden ofrecer.

Fuera del programa, hubo cuatro interpretaciones interesantes: el tiempo lento de la versión e Bach del Concierto para oboe de Alessandro Marcello con un fraseo muy expansivo, una magnífica improvisación “à la Beethoven” sobre el tema inicial de la marcha Coronel Vogen (con una coda muy larga resuelta de la forma más trivial, un gesto muy característico), la famosa melodía de Orfeo y Eurídice de Gluck arreglada por Giovanni Sgambati y un conmovedor Intermezzo Op. 117 número 1 de Brahms, lo mejor pianísticamente del concierto.

Así pues, James Rhodes es un importante divulgador de la música clásica, gracias a su estilo directo y persuasivo; confiamos en que lleguen más intérpretes que aúnen a estas cualidades verdadera capacidad de penetración en el repertorio.

 

 

Autor entrada: xabier armendariz

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