«Más nombre que música»
Martes, 4 de Febrero de 2020. Teatro Gayarre de Pamplona. Camerata de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. Elena Bashkirova, piano. Franz Schubert: Quinteto para violín, viola, violonchelo, contrabajo y piano en La mayor, D. 667, (La trucha), (1819). Octeto para instrumentos de cuerda y viento en Fa mayor, D. 803, (1824). Concierto inscrito en el Ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Municipal Teatro Gayarre.
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Cuando en 2011 la revista Grammophone nombró como la mejor orquesta del mundo a la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, un sector de aficionados y sobre todo el público no habitual de la música clásica se sorprendió. ¿Acaso las Filarmónicas de Berlín y Viena, con su amplia historia, no eran suficientemente buenas? Lo cierto es que la orquesta holandesa es un conjunto de solera equiparable a las dos agrupaciones señaladas, igualmente marcada por la huella de unos pocos maestros de gran personalidad que han sido sus directores titulares, (Willem Mengelberg, Eduard van Beinum, Eugen Jochum, Bernard Haitink, Riccardo Chailly y el recientemente fallecido Mariss Jansons), y cuya actividad ha sido fundamental para nuestro conocimiento actual de las obras de Gustav Mahler y Anton Bruckner. El hecho de que un conjunto procedente de esta orquesta actúe en Pamplona era en sí un gran acontecimiento musical. La propia Orquesta del Concertgebouw en pleno actuó en Pamplona en 2011 y Semyon Bychkov ofreció una imponente interpretación de la Sinfonía número 11 de Shostakovitch. Este año, un conjunto de la orquesta se presentaba con la pianista rusa Helena Bashkirova, segunda esposa de Daniel Barenboim e hija del legendario pedagogo ruso Dimitri Bashkirov. En teoría, todo hacía presagiar un gran concierto, máxime tratándose de un programa Schubert con música de extraordinaria calidad.
Sin embargo, la primera parte supuso una cierta decepción. En ella se escuchó el famoso Quinteto D. 667, conocido como La Trucha porque la melodía de esta canción del propio Schubert es desarrollada en forma de tema con variaciones en el cuarto movimiento. Se trata de una obra que podría parecer superficial, sobre todo en un primer movimiento saltarín y alegre, pero que tiene fragmentos de gran calidez y puede ser un buen vehículo de lucimiento para solistas muy bien preparados, como ocurre en la mítica versión de Itzhak Perlman, Pinchas Zuckerman, Jacqueline du Pré, Zubin Mehta y Daniel Barenboim. El hecho es que, en la sesión que nos ocupa, no se produjo un verdadero sentido de conjunto; más bien, los intérpretes convirtieron la obra en un concierto, donde la solista era Helena Bashkirova y los demás configuraban la “orquesta”, con un contrabajo demasiado presente. El toque de Bashkirova era adecuado para la obra y la energía del resultado final era contagiosa a veces, pero muchos pliegues expresivos de la obra quedaron sin explorar y toda la interpretación fue técnicamente imprecisa, sobre todo por parte de Bashkirova y el violín.
Todo mejoró parcialmente en la segunda parte, consagrada al Octeto del mismo autor, una especie de serenata en la tradición del Septeto Op. 20 de Beethoven. En esta obra demostraron los músicos que están acostumbrados a tocar juntos y algunos de ellos ofrecieron momentos de gran clase, como el clarinete en el bellísimo y altamente poético segundo movimiento. Sin embargo, hubo cambios de tempo caprichosos, derivados de los intentos de superar las dificultades de la escritura y no realizados por razones musicales, y algunos de los instrumentistas no se mostraron tan pulidos en su sonido como cabía esperar, teniendo en cuenta a qué orquesta pertenecen. Los aplausos no fueron realmente entusiastas y, al final, no hubo ninguna propina.
En conjunto, fue un concierto que en principio había despertado en nosotros unas expectativas, que al final no se han cumplido. Salvo momentos puntuales, hubo más nombre que música.