MÚSICA Xabier Armendáriz
«La transformación»
Sábado, 13 de noviembre de 2021. Auditorio y Palacio de Congresos Baluarte de Pamplona. Arcadi Volódos, piano. Robert Schumann: Escenas de niños, Op. 15, (1838). Franz Schubert: Sonata para piano en Re mayor, D. 850, (1825). Concierto inscrito en la temporada de espectáculos de la Fundación Baluarte .
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La primera vez que el firmante tuvo oportunidad de escuchar a Arcadi Volodos en vivo fue el 28 de febrero de 2006. Aquel día, la Orquesta Filarmónica Nacional de Hungría ofreció una interpretación modélica del Concierto para orquesta de Bela Bartok bajo la mano experta y conocedora del desaparecido Zoltán Kocsis. Antes, en la primera parte habíamos escuchado a Arcadi Volodos tocando el Concierto para piano y orquesta número 2 de Prokofiev, una obra notoriamente difícil para el solista que el ruso despachó con aplomo y facilidad técnica, pero también de manera más bien superficial. Y pocos meses después, el propio Volodos se presentaba con la Sinfónica de Euskadi en el Tercer concierto de Rachmaninov, otra obra complicadísima, con resultados similares. Por lo demás, Volodos se ganaba su fama impresionando con sus arreglos imposibles de las rapsodias húngaras de Liszt, que él hacía aún más complicadas que los originales.
Han pasado los años y, afortunadamente, Volodos ha ido cambiando. Los primeros signos llegaron en 2013, cuando contra todo pronóstico el pianista cuajaba en disco una magnífica interpretación de la Música callada de Mompou, y ya en 2018 le escuchaba el firmante en la Quincena Musical Donostiarra un concierto Schubert francamente esperanzador. Ahora, en 2021 y año y medio más tarde de lo previsto, Arcadi Volodos se presentaba en Baluarte con un programa esencial, donde el virtuosismo superficial que le hizo famoso no sirve.
Se abría la sesión con las Escenas de niños de Robert Schumann, una colección de trece miniaturas que parten de recuerdos de la infancia del compositor y que son de escritura generalmente muy sencilla. Es una obra que requiere máxima madurez por parte del intérprete y Volodos la cuajó de principio a fin. Ya en el número inicial, un equivalente pianístico del Érase una vez, Volodos permitió que la melodía volara con libertad, con muy buen sentido del fraseo que no se perdió en todo el ciclo. Paradójicamente, los pasajes más logrados fueron los más íntimos, como el célebre Ensueño y sobre todo el esencial Habla el poeta, cuidado en todos sus detalles.
Se cerraba la sesión con la Sonata D. 850 de Schubert, una de sus producciones de última época y una de sus sonatas de gran aliento sinfónico. Pero las sonatas de Schubert son sinfónicas por su extensión y su cuidado en la estructura, no por una supuesta brillantez en la escritura pianística. Arcadi Volodos tendió a confundir los términos en el primer movimiento, que tomó con tempo más bien acelerado, de manera que apenas pudieron reconocerse los dos temas. Tampoco el segundo movimiento se inició con los mejores auspicios, pero poco a poco Volodos recobró la concentración y regaló una versión espléndida de los dos movimientos finales, muy cuidados en los cambios de tempo y de articulación, así como en la delicadeza del sonido.
Lo siguiente demostró igualmente la transformación de Arcadi Volodos. Abandonadas las versiones reescritas de las rapsodias húngaras de Liszt, el principal impacto se produjo en una versión muy concentrada del movimiento lento de la Sonata D. 959 de Schubert, de una inhabitual intensidad. Fue el culmen de una serie de cuatro propinas reconcentradas, que nos demuestran el nuevo tipo de pianista que quiere ser Arcadi Volodos. Afortunadamente para todos los aficionados.