CLÁSICA Xabier Armendáriz
Donde hay calidad
Martes, 12 de marzo de 2019. Auditorio y Palacio de Congresos Baluarte de Pamplona. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Pinchas Zuckerman, violín y director. Ludwig van Beethoven: Concierto para violín y orquesta en Re mayor, Op. 61, (1806). Antonin Dvorák: Sinfonía número 8 en Sol mayor, Op. 88, B. 163, (1889). Concierto inscrito en la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi 2018-2019.
____________________________
El comienzo del Concierto para violín y orquesta de Beethoven es uno de los más sugestivos del repertorio orquestal. Antes de que empiecen a exponer los oboes el primer tema, se escuchan cuatro golpes de timbal, que van a ir introduciendo cada una de las frases. Esta simple adición otorga al movimiento un carácter militar, muy en boga en estos años iniciales del siglo XIX. Para Beethoven, esa parte para timbal era un rasgo estructural importante de este tema, al que acompaña siempre. Una anécdota ilustra la importancia de este hecho. En el final del primer movimiento de este concierto, Beethoven reservó el tradicional espacio para lucimiento del solista, conocido como cadencia, y resuelto en la época con solos improvisados. Años después, cuando Beethoven transcribió la obra para piano y orquesta, el propio autor compuso una cadencia destinada a ocupar el mismo lugar que había dejado en blanco en el original. Es un solo para piano y timbales donde el tema inicial del movimiento toma gran protagonismo.
El concierto que nos ocupa, incluido en la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, se iniciaba con el citado concierto violinístico de Beethoven. Su intérprete era Pinchas Zuckerman, que ha sido uno de los mejores violinistas de la segunda mitad del siglo XX y, por descontado, un magnífico recreador de la partitura. En esta ocasión, Zuckerman no se limitaba a tocar, sino que dirigía desde su puesto de solista, asumiendo el doble riesgo a una edad en la que muchos violinistas suelen comenzar a manifestar problemas técnicos diversos. El violinista israelí atacó el primer movimiento poco después de tomar posición en el escenario, sin que hubiera silencio entre el público. El primer golpe de timbal apenas se intuyó; fue el comienzo de una interpretación sin mayor interés del primer movimiento. Zuckerman interpretó su parte sin poner toda la carne en el asador y mostrando que, aunque mantiene el sonido, no posee la seguridad de otros tiempos. El israelí dejó retazos de su calidad ya en la cadencia, (la escrita por Fritz Kreisler, la más habitual entre intérpretes actuales), y entró en la obra en el segundo movimiento, donde ofreció un fraseo magnífico. Ya en el tercero, Zuckerman mantuvo el nivel y ofreció momentos de gran interés, pero en esta obra el primer movimiento es fundamental y es muy importante construirlo desde el comienzo.
En la segunda parte, se escuchó la Octava Sinfonía de Antonin Dvorák, obra bien conocida en Pamplona. Es sin duda una obra agradecida para el público, escrita por un Dvorák ya maduro que despliega todo su espíritu festivo, y así lo entendió Pinchas Zuckerman. Liberado de la necesidad de tocar, el israelí hizo brillar a la Orquesta Sinfónica de Euskadi en plenitud, ofreciendo un primer tiempo muy enérgico y poderoso, un tercer movimiento muy danzable y un Finale especialmente dinámico. Pero el punto culminante de la sesión fue el segundo movimiento, donde pudimos apreciar la sedosa cuerda de la orquesta fraseando como si se tratara de una sinfonía de Brahms. Fue ciertamente una delicia.
En conjunto, fue un concierto en el que observamos a un importante violinista, como Pinchas Zuckerman, brillando más en su faceta de director y demostrando que en ese campo tiene muchas cosas que decir. Es lo que tienen los músicos de esta calidad.