MÚSICA CLÁSICA Xabier Armendáriz
«Tchaikovsky al natural»
Concierto de Sinfonietta de Pamplona en el Baluarte. JESÚS CASO
Lunes, 19 de diciembre de 2022. Sala de Cámara del Auditorio y Palacio de Congresos Baluarte de Pamplona. Orquesta Sinfonietta de Pamplona. Caroline Collier, directora. Christoph Willybald von Bluck: Ifigenia en Áulide: Obertura, (1774). Piotr Illyich Tchaikovsky: Sinfonía número 5 en MI menor, Op. 64, (1888). Concierto organizado por el Ayuntamiento de Pamplona.
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En ocasiones, hay obras y compositores que en Pamplona aparecen constantemente durante años concretos. El 2022 ha sido un Año Tchaikovsky, con la suite de El lago de los cisnes en Marzo, dos recreaciones de su Quinta Sinfonía y hasta tres de la Cuarta. Sí, ya sabemos que Tchaikovsky es un compositor muy popular, y además por buenas razones, sobre todo gracias a su innegable sentido melódico. Sin embargo, cuando se repiten las mismas obras, llega un momento en que disfrutamos al máximo de estas repeticiones sólo si las interpretaciones resultan realmente buenas, como ha sido el caso de esta sesión.
El eje central del concierto más reciente de la Sinfonietta de Pamplona era, precisamente, la Quinta Sinfonía de Piotr Illyich Tchaikovsky, una obra que se había escuchado en el cierre de temporada de la Orquesta Sinfónica de Navarra. Hablamos de la sinfonía tchaikovskiana más cercana al modelo clásico establecido por los autores centroeuropeos. La obra tiene un claro carácter cíclico, con el célebre tema que presenta el clarinete en el primer movimiento y que vuelve a hacerse presente, de una manera u otra, en los demás episodios de la obra, hasta escucharse por última vez en modo triunfante. Es una obra sin duda exigente, donde es vital disponer de buenas secciones de maderas y metales, que además deben contar con solistas de nivel, ya que éstos tendrán trabajo destacado durante la obra. En concreto, los solistas de clarinete, oboe, flauta, fagot y trompa tienen intervenciones muy destacadas. La Sinfonietta de Pamplona resuelve esta cuestión invitando a músicos profesionales, de manera que en principio “aseguran” resultados adecuados. El trabajo y la disciplina de la directora Caroline Collier con las cuerdas hace el resto.
De hecho, asistimos a una interpretación muy bien trabajada del conjunto de la sinfonía, especialmente atenta al plano constructivo de la composición, sin perder por eso expresividad en ningún momento. Collier no dudó en tomar ciertos riesgos, particularmente en un segundo movimiento llevado con bastante lentitud, pero el solista de trompa respondió plenamente al reto. El sonido general fue en todo momento el adecuado, con muy buen trabajo de todas las secciones, y la tensión no se perdió en ningún momento; de hecho, Caroline Collier consiguió evitar que el público de la Sinfonietta de Pamplona, que habitualmente suele ser más relajado en su comportamiento que los abonados de los dos ciclos de las Sinfónicas de Navarra y Euskadi, no aplaudiera antes de la coda del cuarto movimiento. Sin duda, adoptar una simple respiración antes de abordar el pasaje y no alargar el silencio más de la cuenta fue la clave.
Frente a la gran interpretación de la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, la obertura de Ifigenia en Áulide de Gluck que abrió programa tuvo un interés relativo; ni las cuerdas habían entrado todavía en materia, ni la transición entre la introducción lenta y el núcleo de la obra estuvo del todo conseguida. Pero la obra cumplió con su función de preludio para músicos y público y de “calentamiento”, que era lo que se esperaba.
El concierto se cerró con dos propinas: una versión demasiado solemne de la polonesa de Eugenio Oneguin de Tchaikovsky y un arreglo de Adeste Fideles que triunfó especialmente frente a un público deseoso de Navidad. En resumen, fue un concierto marcado por una Quinta de Tchaikovsky muy conseguida, una de las mejores interpretaciones de la Sinfonietta de Pamplona en los últimos años.