CLÁSICA Xabier Armendáriz
«Funciones vitales»
Jueves, 28 de abril de 2022. Baluarte de Pamplona. Jorge Robaina, piano. Orquesta Sinfónica de Navarra. Carlos Miguel Prieto, director. Jesús María Echeverría: Arravan, fantasía para orquesta, (2020). Emiliana de Zubeldía: Concierto para piano y orquesta número 2, (1951). Johannes Brahms: Sinfonía número 1 en Do menor, Op. 68, (1876). Concierto inscrito en la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Navarra 2021-2022.
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A algunos seguramente les sorprenderá, pero la música puede compararse esencialmente a un organismo vivo. Toda música posee una pulsación rítmica concreta, más o menos medida, similar al latido cardíaco; además, las melodías deben disponer de tiempo para respirar, para que, cuando el carácter es lírico, los oyentes puedan disfrutar del resultado. No es fácil describir estos elementos verbalmente, pero cuando alguno de ellos no se tiene en cuenta, se pierde el equilibrio general: la obra se desdibuja y no disfrutamos de ella plenamente. Algo de esto ocurrió ocasionalmente en este concierto.
La sesión se abría con Arravan, una fantasía sinfónica en la que Jesús Echeverría trabaja a partir de varias melodías de jota compuestas por su abuelo. Como ocurre habitualmente en las obras del compositor y director de orquesta olitense, Echeverría trata estas melodías de manera muy libre, haciéndolas convivir con armonías de sentido expresionista y disonante. La obra está escrita con gran atención a los detalles y plantea un reto de entidad al intérprete: los motivos y ritmos de jota aparecen nada más empezar, pero no siempre de forma evidente, lo que obliga al director a tener muy claro el tempo básico de la obra desde el principio. Fue ahí donde Carlos Miguel Prieto no terminó de obtener el tempo adecuado, algo comprensible teniendo en cuenta el (escaso) tiempo de ensayos con el que se suele contar en estos casos.
Siguió la velada con el Concierto para piano número 2 de Emiliana de Zubeldía, compositora navarra formada en París y establecida en México desde los años treinta, donde realizó una importante labor como pedagoga, intérprete y autora de música. El Concierto para piano número 2 se divide en tres secciones que reproducen el carácter que normalmente se esperaría de los tres movimientos de un concierto, dentro de un estilo musical que muestra influencias del Debussy más abstracto de su etapa final, tal como puede observarse en los Estudios para piano. La obra mantiene siempre un adecuado equilibrio entre solista y orquesta y capta el interés, aunque es difícil que el espectador medio la aprecie en toda su dimensión a primera audición. Jorge Robaina ofreció una versión muy bien trabajada de la parte solista, acompañado de un Carlos Miguel Prieto que dirigió con convicción a la Sinfónica y atendiendo bien a la colorista escritura orquestal. La propina, igualmente de Emiliana de Zubeldía, fue realmente evocadora.
Cerraba el concierto la Primera sinfonía de Johannes Brahms, una obra maestra pero francamente desubicada en relación con el resto del concierto. Carlos Miguel Prieto ofreció una versión irregular; el primer movimiento mantuvo una inmediatez y un dramatismo muy convenientes, pero el segundo movimiento fue tomado con cierta rapidez, de manera que la música no respiraba y a las maderas les resultaba imposible frasear las melodías de la manera conveniente. El mismo movimiento final fue tomado con relativa lentitud en relación con lo anterior, lo que no redundó en la coherencia del conjunto de la sinfonía.
En conjunto, la sesión destacó por su contenido, pues permitió escuchar un estreno y recuperar un concierto para piano de entidad, pero para que el evento hubiera tomado vuelo habría hecho falta que se hubiesen tenido más en cuenta el sentido rítmico y la respiración… En definitiva, las funciones vitales de la música.