CLÁSICA Xabier Armendáriz
“Reinterpretar”
Ya desde finales de la década de 1980, la música clásica se ha visto influida por el fenómeno del cross-over; es decir, las referencias cruzadas a distintos estilos musicales, especialmente el pop, el jazz o las músicas de relajación, pero también incluso el flamenco. Hablamos de un fenómeno amplísimo que puede incluir desde los celebrados conciertos de Los tres tenores, (muy populares, sí, pero al fin y al cabo un fenómeno relativamente tradicional), a las versiones flamencas de arias de Verdi propuestas por Arcángel en 2013, con ocasión del bicentenario del autor italiano. El Ciclo Baluarte Cámara de este año ha centrado su programación en los cruces de caminos entre distintos estilos musicales, y ha abierto con una propuesta radical.
Juan de la Rubia y Marco Mezquida provienen, en principio, de esferas diferentes. Juan de la Rubia es seguramente el organista español más importante de la actualidad, y Marco Mezquida es, además de pianista, director y compositor, pero siempre trabajando en el ámbito del jazz. El anuncio del concierto en la página web de Baluarte indicaba que se escucharían “improvisaciones sobre la obra de Johann Sebastian Bach”; uno podía imaginar, por ejemplo, que a partir de unos temas dados, cada uno improvisaría de acuerdo con su ámbito y estética, en una suerte de debate o duelo de estilos que, potencialmente, podía haber sido muy interesante. Sin embargo, lo que se escuchó fue mucho más enriquecedor para un público cultivado, aunque también seguramente más difícil de seguir.
Y es que lo que ofrecieron Marco Mezquida y Juan de la Rubia fue, en realidad, una monumental fantasía para dos pianos y órgano sobre la obra del Kantor de Leipzig, de más de hora y cuarto de duración. Se utilizó como puerta de entrada una exposición de la traducción musical del nombre Bach en su tratamiento por Ferenc Liszt, y como hilo conductor el célebre coral que sirve como unificador de La Pasión según San Mateo. Pero hubo referencias a numerosas obras de Bach, (Clave bien temperado, Concierto de Brandemburgo número 3, Variaciones Goldberg, Concierto para teclado en Re menor, Tocata y fuga en Re menor, etc.), que fueron tratadas de distinta manera, desde la interpretación literal de la música, a la transcripción para dos pianos, siguiendo con la paráfrasis y terminando con la improvisación, tanto en estilo clásico como jazzístico. No faltaron tampoco referencias a otras obras y autores, como el movimiento lento de la Sinfonía número 9 de Dvorák, en una prolija serie de relaciones.
Lo más asombroso fue la gran combinación de las dos personalidades de los intérpretes, fundidas en un solo arco temporal que duró los setenta y cinco minutos del concierto, ofreciendo un marco estético que iba desde Ludovico Einaudi a músicas más expresionistas y al jazz más vanguardista. Ambos son pianistas de técnica especialmente depurada, y con el apoyo de De la Rubia, incluso Marco Mezquida llegó a sentarse puntualmente al órgano.
Fue este último el primer punto flaco del espectáculo. Como es bien sabido, Baluarte no dispone de un órgano propiamente dicho, con lo que hubo que recurrir a un instrumento electrónico y se perdió buena parte de la riqueza de sonido propia del instrumento rey. Además, dado que el órgano se utiliza en esta fantasía muy puntualmente y como efecto especial, tal vez se podía haber prescindido de él y, en su lugar, haber recortado ligeramente la duración de la improvisación. Porque, (y he aquí el otro aspecto mejorable), posiblemente la hora y cuarto de fantasía se hizo larga a aquellas personas que no conocieran tan bien la obra de Bach, que seguramente quedaron impresionadas por el dominio técnico y la concentración de ambos artistas, pero no pudieron disfrutar en plenitud de lo que verdaderamente estaba ocurriendo.
En conjunto, fue una propuesta diferente, un ejemplo de lo que puede ocurrir cuando conviven armónicamente distintos estilos musicales, y un experimento de lo que puede ocurrir cuando dos mentes privilegiadas se encuentran.