MÚSICA CLASICA:
Xabier Armendáriz
“En el altar de San Wagner (I): Nuevas experiencias”
Lunes, 21 de Agosto de 2023. Teatro de Festivales de Bayreuth. El oro del Rin: Prólogo en un acto del festival escénico El anillo del nibelungo, estrenado de forma independiente en el Teatro Real y Nacional de Múnich el 22 de Septiembre de 1869 y en el contexto del ciclo completo en el Teatro de Festivales de Bayreuth el 13 de Agosto de 1876. Tomasz Konieczny (Wotan), Raimund Nolte (Donner), Attilio Glaser (Froh), Daniel Kirch (Loge), Christa Mayer (Fricka), Hailey Clark (Freia), Okka von der Damerau (Erda), Olafur Sigurdarson (Alberich), Arnold Bezuyen (Mime), Jens-Erik Assbö (Fasolt), Tobias Kehrer (Fafner), Evelin Novak (Woglinde), Stephanie Houtzel (Wellgunde), Simone Schröder (Flosshilde). Orquesta del Festival de Bayreuth. Valentin Schwarz, director de escena. Andrea Cozzi, escenografía. Andy Besuch, vestuario. Reinhard Traub y Nicol Hunsberg, iluminación. Pietari Hinkinen, director musical. Función correspondiente al Festival de Bayreuth 2023.
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En el año 1891, Mark Twain visitó el Festival de Bayreuth. El célebre escritor estadounidense no era precisamente un melómano, pero aquel año viajaba a Alemania y, al descubrir el fenómeno sociológico producido por la obra de Richard Wagner, decidió acudir y registrar sus vivencias, algo que hizo en una columna en el Chicago Tribune. Su título, “En el altar de San Wagner”, es significativo del aura casi religiosa que allí encontró, aunque su texto también demuestra su cierto escepticismo frente a la música que escuchó.
La experiencia de acudir a Bayreuth sigue siendo, de alguna manera, un peregrinaje o, en su defecto, una penitencia. En unos días de especial calor en Alemania, sentarse en las butacas incómodas del Teatro de Festivales de Bayreuth y permanecer allí durante horas no es una experiencia fácil. Un abanico y grandes cantidades de agua son elementos imprescindibles, especialmente en una ópera como El oro del Rin de Wagner. Sin embargo, poder observar in situ el ritual tantas veces escuchado en la radio es emocionante, y percibir cómo la música surge del célebre foso cubierto es una experiencia imborrable.
Era el comienzo del tercer ciclo de El anillo del nibelungo que este año se representa en Bayreuth, donde gracias a la financiación ofrecida por Luis II de Baviera, Wagner construyó el teatro dedicado a representar sus propias óperas. Se trata de una producción muy discutida de Valentin Schwarz, que ya en 2022 ofreció un podcast donde intentaba explicar su visión de este novelón operístico de quince horas. En la visión de este director, El anillo del nibelungo se propone como un drama familiar, donde el verdadero tesoro nibelungo son los hijos, sujetos de toda clase de acciones en las cuales ellos mismos apenas pueden intervenir. Mientras se escucha el preludio de El oro del Rin, se proyecta una imagen de dos hermanos gemelos, todavía en el seno materno, que resultan ser Wotan y Alberich. El nibelungo le destroza un ojo al que será el dios, o mejor dicho en esta producción, el dueño de la empresa Walhalla, una persona obsesionada por el poder y que por consiguiente jamás se siente verdaderamente segura. La escena del Rin tiene lugar en un recinto donde las tres hijas del Rin guardan a unos niños, que constituyen el tesoro. Hagen, a quien conoceremos como hijo de Alberich en El ocaso de los dioses, ya está presente desde el principio, (es un niño algo marginado pero muy inteligente), y las relaciones entre la familia divina son muy complejas. Por ejemplo, Wotan no tiene todavía hijos en la narración original, pero como puede verse en un momento concreto del prólogo en esta producción, tanto Siegmund como Sieglinde, grandes protagonistas de la jornada siguiente, ya son adultos. Además, la relación entre la diosa Freia y el gigante Fasolt, apenas explícita en el libreto, aquí se da por hecha plenamente, hasta el punto de que Freia resulta muy afectada por la muerte de su amado. En fin, puede que la idea generadora de este Anillo de Valentin Schwarz sea interesante, pero para poder justificarla hay que cambiar demasiados aspectos de la dramaturgia de la obra.
El reparto vocal funcionó a buen nivel en su conjunto. Empezando por la familia de los dioses, Tomasz Konieczny ofreció un Wotan autoritario y cantado con perfecto dominio. Christa Mayer demostró su probada solvencia en una Fricka asimismo altiva, contando con su voz relativamente destemplada. Raimund Nolte y Attilio Glaser ofrecieron buenas actuaciones como Donner y Froh, (este último resultó algo afectado), pero no se comparan favorablemente con otros cantantes que han interpretado estas partes en Bayreuth. Hailey Clark ofreció una Freia de gran nivel vocal y el mejor de entre los dioses fue, sin duda, el Loge de Daniel Kirch, que mostró toda la doblez del personaje sin dejar de cantar de manera ortodoxa. Por último, Okka von der Damerau, tantos años tan eficaz como cantante secundaria en Bayreuth, fue una Erda musical, pero no posee la voz rotunda de contralto que pide el personaje.
Bajando hacia las profundidades del Nibelheim, nos encontramos con Olafur Sigurdarson, que en estos dos años de esta producción se ha adueñado del personaje de Alberich. Sin ser un cantante de grandes sutilezas, su comicidad resultaba evidente desde la misma escena inicial en el Rin y mantuvo el nivel hasta la maldición final, donde sin embargo no resultó tan amenazador como debería. El Mime de Arnold Bezuyen fue básicamente eficaz, sin los lloriqueos que en otros tiempos se estilaban en el personaje. Tanto Tobias Kehrer como Jens-Erik Astbö hicieron buenos trabajos como Fafner y Fasolt, respectivamente, pero fue Kehrer quien mejor tradujo el carácter de su personaje. Por último, las tres Hijas del Rin formaron un trío más que sólido.
La primera sensación que uno tiene al empezar a escuchar el preludio de la obra es que se podría escribir al dictado toda la partitura orquestal de la ópera; tal es la claridad que propicia el foso cubierto del Teatro de Festivales de Bayreuth. Además, la visión de Pietari Hinkinen es esencialmente camerística, lo que aumenta todavía más esa impresión. Por lo demás, la dirección de Hinkinen fue solvente y eficaz; acompañó bien a los cantantes y creó adecuadamente los ambientes, sobre todo el descenso hacia el Nibelheim que es el interludio entre la segunda y la tercera escena. Pero no ofreció tampoco detalles de gran personalidad interpretativa en ningún momento y el estudio de los motivos conductores no fue más allá de lo convencional. Hinkinen es un buen concertador, pero a juzgar por lo escuchado hasta ahora le falta profundizar en el mensaje de la obra.
En conjunto, fue una versión del Oro del Rin planteada con rigor y que contaba con buenos mimbres, a la espera de que este Anillo vaya musicalmente a más.