Ignacio Aranaz-Baluarte

Ignacio Aranaz-baluarte

Director de Programación Cultural de Baluarte

La música que uno prefiere no es algo inamovible en el tiempo. Uno va conociendo, poco a poco, más obras y ocurre que, durante una cierta época, determinadas melodías se instalan casi con obsesión, y uno las escucha a todas horas, y en cambio otras van perdiendo el interés que un día tuvieron.. Es probable que al conocimiento de la música se una el momento personal por el que uno atraviesa y así esté más predispuesto a unas u otras músicas. Pero también es cierto que determinada música, una vez que se ha disfrutado, se instala con vocación de permanencia. Esa música excede en mucho las limitaciones de esta propuesta, de modo que he querido buscar entre mis recuerdos y mis visitas de hoy aquellas músicas que, siendo valiosas, van asociadas a algún acontecimiento personal. He elegido piezas que, en su mayor parte, no sobrepasan los 5 minutos. He elegido obras de épocas y de autores distintos, desde Monteverdi hasta Sorozábal. Y también de géneros diversos: música sinfónica, música de cámara, música religiosa, música para piano, para cuarteto de cuerda, para violín y piano. Y también: ópera, opereta y zarzuela. No me he podido resistir a escoger dos obras de ópera. Hay mucha música que se ha quedado en el tintero, pero qué le vamos a hacer.

 

 

1. Claudio Monteverdi (1567-1643). L’incoronazione di Poppea. Pur ti miro

Este dúo, al final de la ópera, que comienza “Pur ti miro”, en el que los dos cantantes se confunden como los amantes en el beso, tiene la ligereza y la alegría de una mañana, el fragor de la pasión y el cansancio que florece en forma de caricia. Escrito al final, es el comienzo de una nueva etapa en la vida de los amantes, instalados en la felicidad y en el amor. Y, sin embargo, la música tiene algo doloroso, encierra un lastre: los amantes no pueden olvidar que su amor es consecuencia de la desgracia ajena.

 

 

2. Antonio Vivaldi (1678-1741). Nisi Dominus. Cum dederit

La música que Vivaldi compuso para el salmo 126 (Si el Señor no construye la casa…) y concretamente el número que comienza “Cum dederit” es un prodigio de delicadeza, de economía en los elementos que emplea, hay un adelgazamiento de la música que casi llega al silencio. Y por encima de la pequeña orquesta la voz del contratenor que dibuja en el aire con su hilo de oro el perfil de la luz.

 

 

3. Franz Joseph Haydn (1732-1809). Sonata para piano Hob. XVI:34. Finale

Me agrada de este movimiento la levedad y la alegría, la limpieza, la sencillez, la naturalidad con la que Haydn se recrea en la melodía y despliega su música. Sin aspavientos, sin ostentación, con la facilidad del que domina su oficio y está tocado además por la inspiración. Una música alegre, sin otra pretensión que despertar una sonrisa y abrir un poco más la ventana del día para que se cuele por ella un rayo de esperanza.

 

 

4. Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Requiem. Lacrimosa

Es una oración en medio del llanto, un susurro compungido, un grupo de hombres que elevan una súplica y apelan a la misericordia del Señor. Mozart ha escrito junto a las palabras esa respiración entrecortada del quien implora entre lágrimas, ha puesto música a las lágrimas. También al grito de dolor, a la desesperación, como un estallido de la flaqueza humana, para terminar en la serenidad de la confianza en el Juez Supremo.

 

 

5. Franz Schubert (1797-1828). Cuarteto de cuerda. La muerte y la doncella. Andante con moto

Esta parte central del cuarteto de cuerda va de la alegría a la desolación, de la esperanza a la desesperación, mantiene el interés y la tensión, es capaz de llegar muy pronto al corazón. Esa tensión entre la belleza, la juventud, la fatalidad y la muerte, que el propio Schubert conoció en sus últimos años está aquí contada con el aliento del poeta y la fuerza del genio. Schubert, siendo uno de los grandes, brilló en la música de cámara de modo especial, pues supo poner en música los lamentos de su corazón.

 

 

6. Giuseppe Verdi (1813-1901). Rigoletto. Cuarteto del acto cuarto: Bella figlia dell’amore

En el contexto del drama que representa Rigoletto, el momento de este cuarteto es sobrecogedor. Dibuja muy bien Verdi, con mano maestra, los caracteres de los personajes y cada uno expresa un sueño y un temor, es decir, lo que en la vida hay de más humano. Es un momento de calma, el último, el que precede a la tormenta que desencadena la tragedia final. Como si aún hubiera un sitio para la esperanza.

 

 

7. Jacques Offenbach (1819-1880). Orfeo en los infiernos. Dúo de Orfeo y Eurydice en el primer cuadro. Ah! c’est ainsi!

Esta opereta me parece extraordinaria en su conjunto. Este dúo no es ni mejor ni peor que, por ejemplo, los couplets que canta Eurydice al comienzo del segundo acto o la canción de Aristée. Son melodías preciosas todas ellas. En este dúo resulta especialmente afortunada esa melodía y, además, el sentido del humor que atraviesa toda la obra aquí se combina perfectamente con la música que Orfeo ama y Eurydice detesta.

 

 

8. Johann Strauss (1825-1899). El Danubio azul. Vals

La música de los Strauss con la que comienza cada año es un ejemplo de música al servicio de la alegría y la esperanza. Una música escrita para celebrar colectivamente a la vida, hecha para bailar, para regocijarse, para estar juntos y compartir el prodigio de estar vivos. Es una música festiva por excelencia y este vals representa justamente todas esas virtudes que hacen de la música una manera de ser feliz.

 

 

9. Antonin Dvorak (1841-1904). Cuatro piezas románticas para violín y piano

Del compositor checo hay obras tan conocidas como la Sinfonía del Nuevo Mundo o la ópera Russalka. Sin embargo estas pequeñas piezas románticas para violín y piano, obras de madurez, describen muy bien algunos estados de ánimo que pueden acompañar a los personajes de una obra de teatro. Tienen ese aire melancólicamente ruso que se entiende sin dificultad dentro de algunas piezas teatrales de Anton Chejov, por ejemplo.

 

 

10. Pablo Sorozábal (1897-1988). Katiuska. Noche hermosa, romanza de Katiuska

Pablo Sorozábal escribió una música muy de su tiempo, fijándose no sólo en las operetas francesas, sino también en la música que venía de América y en la que se hacía para el cine. En Katiuska hizo una zarzuela completamente rusa, con melodías muy pegadizas, momentos alegres y otros, como es el caso de esta romanza, de una quietud y de una delicadeza muy llamativas. La emoción de esta romanza aporta una cierta densidad musical a la obra y representa uno de sus momentos musicalmente más agradables.

 

 

 

 

Autor entrada: Xabier Armendariz

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