MÚSICA Xabier Armendáriz
«Postmoderno»
Martes, 14 de marzo de 2023. Auditorio y Palacio de Congresos Baluarte de Pamplona. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Roderick Cox, director. George Walker: Lírico, (versión para orquesta de cuerdas del movimiento lento del Cuarteto número 1 realizada por el propio compositor en 1990), (1946). John Adams: Doctor Atomic Symphony, (2007). Sergei Rachmaninov: Danzas sinfónicas, Op. 45, (1940). Concierto inscrito en la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi 2022-2023.
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Los años 1950 y 1960 conocieron grandes militancias en el panorama musical occidental. Los principales gobiernos alimentaron las iniciativas relacionadas con los compositores de vanguardia, en parte para mostrar su oposición a las censuras practicadas en la Unión Soviética. El prestigio de autores rompedores como Pierre Boulez o Karlheinz Stockhausen creció, mientras que el de los más tradicionales decreció, como ocurrió con Dimitri Shostakovich. La excepción fue Benjamin Britten, cuya música siguió escuchándose en el Reino Unido. Además, otros compositores ya fallecidos fueron relegados fuera de los tratados de Historia de la Música del siglo XX. Todavía hace poco Tomás Marco afirmaba que Rachmaninov o Sibelius fueron músicos del siglo XIX, aunque ambos siguieran componiendo hasta bien avanzados los años 1930.
Afortunadamente, esta visión ha cambiado en nuestra época postmoderna, y la Orquesta Sinfónica de Euskadi ha presentado un concierto con obras de tres autores que, sin ser los más renovadores de sus respectivas generaciones, ofrecieron obras de gran valor. La sesión se iniciaba con Lyric de George Walker, estadounidense de origen afroamericano. La obra recuerda inmediatamente al Adagio para cuerdas de Barber: los originales de ambas obras son casi contemporáneos entre sí (apenas les separan diez años), y ambas se escribieron inicialmente para cuarteto de cuerda para divulgarse luego en versiones para orquestas de cuerda. La obra de George Walker no tiene exactamente el encanto melódico ni la fuerza expresiva de la composición de Barber, pero sí produce impacto en el oyente y Roderick Cox la dirigió con total dedicación a la cuerda de la Sinfónica de Euskadi.
Seguía la Doctor Atomic Symphony de John Adams, basada en la ópera que el compositor estadounidense escribió sobre los dilemas morales a los que se enfrentó Robert Oppenheimer, científico que lideró la investigación que llevó al desarrollo de la bomba nuclear. La obra ofrece un ambiente amenazante y expresionista desde el comienzo; no escuchamos de manera tan sistemática las repeticiones mecanicistas de las primeras obras del autor, que utiliza aquí ese procedimiento sólo para crear y alimentar la tensión. La obra permitió a la Sinfónica de Euskadi ofrecer una gran exhibición de virtuosismo y lucimiento orquestal, en manos de una batuta claramente conocedora y que no permitió un solo momento de distensión.
Se cerraba la sesión con las Danzas sinfónicas de Sergei Rachmaninov, una de las obras más fascinantes de la música orquestal del siglo XX. En ella, el compositor ruso, ya exiliado en los Estados Unidos, continúa su marcha hacia una manera de escribir más irónica, relacionable con el lenguaje musical de Sergei Prokofiev. Precisamente Roderick Cox quiso mostrar esa deriva modernista de Rachmaninov, y ofreció una interpretación muy aristada, otorgando al piano un mayor protagonismo del que le suele corresponder. Fue un acercamiento muy eficaz en el tercer movimiento, pero no tanto en los pasajes más líricos del primer movimiento o en el vals que configura el episodio central, que habrían necesitado mayor lirismo. En cualquier caso, la Orquesta Sinfónica de Euskadi ofreció su mejor nivel y fue una lástima que unos pocos espectadores no pudieran contenerse y aplaudieran sin esperar a que se apagaran las resonancias de la última intervención del tam-tam.
En conjunto, fue un concierto de autores relativamente apartados, considerados menores por los historiadores “ortodoxos” por su relativo conservadurismo, pero que ahora se han rehabilitado. El director Roderick Cox, además, ha demostrado sobradamente competencia e ideas propias al programar y afrontar estas obras no muy frecuentadas.
Afortunamente ha cambiado la visión que relegó a compositores tradicionales del siglo XX