MÚSICA CLÁSICA Xabier Armendáriz
«Bruckner en piedra»
Lunes, 5 de diciembre de 2022. Auditorio y Palacio de Congresos Baluarte de Pamplona. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Robert Treviño, director. Zuriñe Gerenabarrena: Lorratz, (2019, obra encargo de la Orquesta Sinfónica de Euskadi para el Proyecto Elcano, estreno absoluto). Anton Bruckner: Sinfonía número 8 en Do menor, WAB 108, (versión de 1890, edición de Leopold Nowak publicada en 1955). Concierto inscrito en la temporada de abono de la Orquesta Sinfónica de Euskadi 2022-2023.
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El compositor austríaco Anton Bruckner alcanzó su mayor éxito con el estreno de su Séptima Sinfonía, en 1884. Inmediatamente, el autor iniciaba la composición de la siguiente, que “terminó” tres años después. Sin embargo, al presentar el resultado al director de orquesta alemán Hermann Levi, éste rechazó la obra por no entenderla bien, lo que obligó a Bruckner a revisar extensamente la partitura, algo que concluyó en 1890. Así se estrenó la sinfonía en su momento, pero esta segunda versión no se consolidó, pues dos años después se publicaba la edición impresa, donde alguien cercano a Bruckner, más exactamente su discípulo Franz Schalk, introdujo algunos cortes en el cuarto movimiento. Esta tercera versión de 1892 fue la forma en que la Octava Sinfonía bruckneriana se divulgó en el primer tercio del siglo XX.
Pero la vida de esta composición siguió evolucionando. En los años 1930, se fundó la Sociedad Internacional Anton Bruckner, que comandada por el musicólogo Robert Haas, editó nuevamente las sinfonías en versiones teóricamente más cercanas a las ideas del compositor. Esto provocó que las editoriales que disponían de los derechos de las primeras ediciones impresas se querellaran contra Haas, obligándole a publicar partituras sustancialmente diferentes de las entonces disponibles. Así que Robert Haas, que no era partidario de la versión inicial de la Octava Sinfonía de Bruckner, prefirió publicar una partitura híbrida, tomando como punto de partida la versión de 1890 pero restaurando algunos pasajes de la versión primitiva. Sólo después de la Segunda Guerra Mundial Leopold Nowak publicó, por fin, las dos versiones establecidas inequívocamente por Bruckner para esta obra. Así pues, esta Octava bruckneriana ha conocido una historia convulsa, similar a menor escala a la de las grandes catedrales medievales que alcanzaron su forma definitiva después de siglos de reformas. La comparación no es gratuita, pues a las sinfonías de Bruckner se les ha asimilado a las catedrales góticas, también por sus monumentales dimensiones.
En el concierto que nos ocupa, la Orquesta Sinfónica de Euskadi se presentaba en Baluarte con esta obra, más exactamente con la versión de 1890 tal como la publicó Leopold Nowak, que es la forma más frecuente en que la sinfonía se escucha en la actualidad. Robert Treviño ofreció una versión de amplio aliento sinfónico, esculpida en piedra. Se aseguró el director estadounidense de construir con precisión la estructura de los tres primeros movimientos, pero sólo en el tiempo lento la interpretación alcanzó el vuelo lírico necesario. El mismo Trío del Scherzo fue tomado con prisa, de manera que la luz que proyecta ese momento mágico apenas se percibió. Sin embargo, lo más discutible fue el cuarto movimiento, donde Treviño no terminó de coronar la sinfonía y tomó algunas decisiones de tempo que no concordaban con la arquitectura del resto de la obra. Eso sí, la Orquesta Sinfónica de Euskadi sonó plenamente idiomática de principio a fin, con ese timbre organístico que Bruckner necesita.
El concierto se había iniciado con Lorratz, la obra de Zuriñe Gerenabarrena con la que la orquesta terminaba la conmemoración de la vuelta al mundo concluida por Juan Sebastián Elcano en 1522. Hablamos de una obra reflexiva, donde desde el principio se evoca con habilidad la inmensidad del mar y que fue interpretada con gran convicción por la Sinfónica de Euskadi y Treviño. Pero el concierto estaba presidido por este Bruckner de piedra, catedralicio; quizá en este caso fue más una catedral románica que gótica, con bloques de gran firmeza, en todo caso monumental.