CLÁSICA Xabier Armendáriz
«El acontecimiento»
Viernes, 18 de Agosto de 2023. Auditorio del Palacio Kursaal de San Sebastián. Mojca Erdmann, Miren Urbieta-Vega y Sarah Wegener, sopranos. Justina Gringyte y Claudia Huckle, mezzosopranos. Aj Glueckert, tenor. Jose Antonio López, barítono. Mikhail Petrenko, bajo. Orfeón Donostiarra. Jon Urdapilleta, director del coro. Orfeón Pamplonés. Igor Ijurra, director del coro. Easo Eskolania y Easo Gazte Abesbatza. Gorka Miranda, director de los coros. Euskadiko Orkestra. Orquesta Sinfónica de Navarra. Robert Treviño, director. Gustav Mahler: Sinfonía número 8 en Mi bemol mayor, (De los mil), (1906). Concierto inscrito en la Quincena Musical de San Sebastián 2023
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Cada vez que se interpreta la Octava Sinfonía de Gustav Mahler asistimos a un acontecimiento musical de primera magnitud. Hablamos de una composición que se escucha muy pocas veces en concierto, esencialmente por el número de efectivos que se necesitan para su realización. Baste decir que en esta ocasión, no especialmente multitudinaria, se ha contado con dos orquestas, dos coros adultos, un coro de niños y un coro juvenil, amén de los ocho solistas vocales necesarios. El mismo sobrenombre de la obra (Sinfonía de los Mil) ya es de por sí elocuente, aun teniendo en cuenta que Mahler no fue nada partidario de esta denominación. Así que ya el hecho de poner en pie esta obra en la Quincena Musical de San Sebastián era un logro considerable.
Hablamos, además, de una obra que reúne también otras peculiaridades. Esta sinfonía se divide en dos partes que musicalizan dos textos de signo aparentemente muy diferente: la letra del himno medieval Veni, Creator Spiritus, (aquí con el texto ligeramente customizado) y la escena final de la segunda parte de Fausto de Goethe. Son dos textos con aparentemente poca relación entre sí, pero el propio Mahler aclaró la cuestión en el primer borrador de la partitura. Allí, Mahler dedica esta Octava Sinfonía a su esposa Alma, Creator Spiritus y encarnación de ese eterno femenino al que Goethe se refiere en las últimas palabras de su principal obra.
Por todos los motivos comentados, la Octava Sinfonía de Mahler ha sido una de las más complicadas de abordar para buena parte de los directores mahlerianos. Pero Robert Treviño sabe bien cómo aproximarse a esta obra. Ofreció un primer movimiento decidido y planteado sin tomar ningún riesgo, optando por potenciar la claridad y la transparencia del conjunto. A veces se echó en falta un extra de exaltación, sobre todo en el Accende lumen sensibus, pero el conjunto resultó suficientemente claro y la conjunción de todos los cuerpos orquestales y corales fue perfecta, sin que se perdiera tensión en ningún momento. Ya en la segunda parte, Treviño ofreció una magnífica introducción orquestal, con esa escalada de tensión que parece anticipar el interludio del último movimiento de La canción de la tierra del propio Mahler, pero después aceleró el tempo para la primera intervención del Pater Ecstaticus y perdió ligeramente la concentración. Eso sí, la aproximación a la intervención coral final y el cierre de la sinfonía convencieron plenamente.
El equipo de solistas fue más que solvente en conjunto, empezando por las tres sopranos, especialmente Mojca Erdmann, siempre tan segura en la zona aguda. Sigue sorprendiendo la voz vibrada al estilo eslavo de Justina Gringyte, que se impone en cualquier caso por su gran musicalidad. Seguramente Aj Glueckert era un tenor demasiado lírico para la exigente parte de Doctor Marianus, pero no tuvo problemas de tesitura y fraseó con gran expresividad. Jose Antonio López ofreció la eficacia que le caracteriza y el bajo Mikhail Petrenko mostró que su voz es insuficiente para representar al Pater Profundus. Como hemos dicho, el conjunto de los coros participantes realizó un muy buen trabajo, con las secciones muy bien trabadas entre sí y una gran variedad de matices a lo largo de la obra.
Siempre resulta incompleta la experiencia de la Octava Sinfonía de Mahler cuando se interpreta en auditorios donde no se cuenta con un órgano, como es el caso del Kursaal. Al no disponerse de un órgano, en el primer acorde se escuchaba más al contrabajo que al órgano electrónico que se utilizó como sustituto. Pero poner en pie la Octava Sinfonía de Mahler siempre es un acontecimiento, y en este caso la realización musical fue más que efectiva.