Entretenimiento inocente
Sábado, 18 de Marzo de 2017. Teatro Gayarre de Pamplona. Bastián y Bastiana: Singspiel en un acto con libreto de Friedrich Wilhelm Weiskern, Johann Heinrich Müller y Johann Andreas Schachtner y música de Wolfgang Amadeus Mozart, estrenado en la Casa de los Arquitectos de Berlín el 2 de Octubre de 1890. Emmanuel Faraldo (Bastián), Ana Nebot (Bastiana), Gerardo Bullón (Colás). Coro de la Ópera de Cámara de Navarra. Orquesta Sinfónica de Vizcaya. Pablo Ramos, dirección de escena. Koldo Taínta, escenografía e iluminación. Edurne Ibáñez, vestuario. Amaia Mendo y Arantza Hotel, maquillaje. Ana Uriarte, directora musical. Producción de Ópera de Cámara de Navarra.
El Teatro Gayarre presentaba, al comienzo de este espectáculo, un aspecto particular. Mientras el público accedía en la sala, se escuchaban grabaciones jazzísticas de los años veinte, mezcladas con locuciones de tipo radiofónico de Pablo Ramos, mientras el escenario mostraba un espacio destinado a la celebración de una fiesta a la que poco a poco se iban uniendo figurantes, cantantes, músicos de la orquesta y la propia directora musical, que iban accediendo desde el patio de butacas. Evidentemente, la intención era incorporar al público a la celebración desde el comienzo. Sin escucharse siquiera el habitual aviso para apagar los teléfonos móviles, la ópera comenzó únicamente con el prolegómeno de la afinación de la orquesta que, en este contexto, incluso se hacía algo extraño.
Después de su éxito con esa obra maestra indiscutible que es Dido y Eneas de Henry Purcell, la Ópera de Cámara de Navarra nos presentaba Bastián y Bastiana, una obra menor pero importante en el catálogo mozartiano. Se trata del primer intento del compositor en el terreno operístico, concretamente con un singspiel (ópera en alemán de estilo popular que incluye partes habladas), que pretende parodiar la ópera de tinte pastoral, muy en concreto El adivino del pueblo del filósofo Jean-Jacques Rousseau. El argumento es muy sencillo e incluso ingenuo, e igualmente podría parecerlo la música, con tono predominantemente académico. Es evidente que Mozart escribió más tarde obras muy superiores, pero también es justo reconocer el valor de esta pequeña joya que es ideal para un primer acercamiento a la ópera por su brevedad y concisión, aunque a ese respecto esta producción ofrece una serie de adaptaciones.
Pablo Ramos decidió trasladar la acción a los años veinte, poblando el escenario de figurantes que disfrutan de una fiesta con bailes y juegos diversos. El resultado entretiene al espectador y consigue su propósito, como es alimentar una acción dramática potencialmente escasa por la participación de sólo tres cantantes. Eso sí, este cambio de época, igual que la propia adaptación de los diálogos, (convenientemente traducidos al castellano mientras se respetó el alemán de los números musicales), seguramente resta algo del sentido paródico de la obra original.
Para esta ópera no se necesitan grandes voces, pero sí tres cantantes solventes. Tanto Ana Nebot como Emmanuel Faraldo y Gerardo Bullón fueron, en ese sentido, adecuados. Ninguno de los tres posee voces voluminosas, pero todos ellos son cantantes musicales y se hacen oír sobre una orquesta poco numerosa como la que nos ocupa. Ana Uriarte hizo una buena labor de concertación, no carente de musicalidad. No obstante, la interpretación habría ganado si se hubiese potenciado más el sentido del humor de la música, particularmente en la escena de la elaboración de la pócima amorosa (bien resuelta musicalmente) y, previamente, en la danza rústica de la escena inicial.
En conjunto, fue una producción interesante de una ópera poco interpretada de Mozart, que tenía como objetivo enganchar a nuevos públicos al mundo de la ópera. Con toda seguridad, este entretenimiento inocente lo habrá conseguido.