Magia
Jueves, 9 de Marzo de 2017. Teatro del Museo de la Universidad de Navarra. Ufur y Bahar Dördünkü, pianos. Claude Debussy: Preludio a la siesta de un fauno, CD 86, (versión para dos pianos arreglada por el propio compositor), (1894). Seis epígrafes antiguos, CD 139 B, (1915). Maurice Ravel: Mi madre la oca I, (Cinco piezas infantiles), (1910). Sergei Prokofiev: Cenicienta, (suite del ballet para dos pianos), (1945). Concierto inscrito en el Ciclo Cartografías Sonoras del Museo de la Universidad de Navarra 2017.
Se ha discutido mucho sobre el objetivo que los músicos deben alcanzar en los conciertos. Más allá de las facultades técnicas de los intérpretes, creemos que el objetivo de un músico no debería limitarse a reproducir lo que el compositor ha consignado en una partitura, sino crear una emoción que se acerque, a ser posible, a la que potencialmente sugiere la música. En último extremo, a veces aparece una especie de magia, una emoción imposible de expresar con palabras y que nos lleva al máximo disfrute musical.
El concierto que nos ocupa suponía el debut pamplonés del dúo pianístico conformado por las hermanas Dördünkü. Ambas pianistas, de nacionalidad turca, han cimentado su carrera sobre todo en Francia y Turquía, pero a tenor de lo escuchado merecen mucha mayor atención de la que se les ha prestado. En la primera parte del concierto, se han acercado mucho a ese ideal de emoción que comentábamos anteriormente.
Esa primera parte reunía varias de las grandes obras del llamado Impresionismo francés, originales o adaptadas para dúo pianístico. El Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, obra fundacional basada en el poema de Stèphane Mallarmé, sonó en una magnífica transcripción para dos pianos. Aunque esta transcripción era un buen sustituto, seguimos a la espera de escuchar el original en Pamplona. Las demás obras eran originales para piano a cuatro manos. Es destacable la inclusión de los Seis epígrafes antiguos, obra poco habitual del Debussy tardío que encierra grandes bellezas, particularmente en los movimientos segundo y quinto. Las hermanas Dördünkü ofrecieron una actuación magnífica. Su sonido, perlado pero al mismo tiempo de rara intensidad, es su principal baza, pero también demostraron magnífico control del rubato y sabiduría en la elección de los tempi. Incluso las decisiones aparentemente más polémicas, como la cierta ligereza en el Pulgarcito de Mi madre la oca, se justificaron con creces. Por encima de todo, hubo una magia, una sensualidad y un embrujo que consiguió que, al final de todas las obras, los aplausos tardaran en brotar.
Esa magia no llegó a operar en la segunda parte, o al menos no de la misma manera. Afrontar la música para piano de Prokofiev con el mismo sonido sutil y refinado característico de Debussy y Ravel es un riesgo considerable. A pesar de todo, las hermanas Dördünkü trataron de llevarse al compositor ruso a su terreno. La suite de Cenicienta, obra compuesta en 1945 sobre el cuento de Perrault, ofrece oportunidades para este acercamiento, dada la profusión de melodías líricas de resonancias románticas. Con todo, a pesar del toque preciso de las Dördünkü, siguió echándose de menos puntualmente algo más de contundencia y acidez. Con todo, hubo momentos de gran nivel, empezando por la secuencia final que representa la huida precipitada de Cenicienta al dar las doce de la noche.
Dos propinas cerraron el concierto: una breve pieza del Microcosmos de Bartok y una obra, no menos concisa, compuesta por un autor japonés para las hermanas Dördünkü. Esta última aprovechaba las resonancias del piano y el empleo de sonidos perlados y delicados, y volvió a llevar a la sala de conciertos esa indefinible magia que, como decimos, escapa a la descripción puramente técnica.