Pasándolo en grande
Miércoles, 29 de Marzo de 2017. Teatro Gayarre de Pamplona. Boris Belkin, violín. Anastasia Goldberg, piano. Wolfgang Amadeus Mozart: Sonata para violín y piano número 26 en Si bemol mayor, KV 378, (1781). Franz Schubert: Sonata para violín y piano en La mayor, D. 574, (1817). György Kurtag: Hipartita para violín solo: Selección, (2006). Cesar Franck: Sonata para violín y piano, (1886). Concierto inscrito en el Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Municipal Teatro Gayarre 2016-2017.
Hacer música de cámara supone el máximo grado de colaboración entre músicos. A lo largo de varias horas de ensayo, los intérpretes deben poner muchas cosas en común, incluyendo decisiones fundamentales como el tempo o la expresión, pero también detalles tan nimios como la manera en que se marcarán determinadas entradas. Todos estos estadios previos quedan ocultos al espectador final, pero son fundamentales para entender lo que ocurre en un concierto. Cuando la relación entre los diferentes componentes del conjunto es buena y se trata de músicos de nivel, la calidad de las interpretaciones tiende a incrementarse. El público siente que la música brota entre ellos y reacciona en consecuencia.
En el concierto que nos ocupa, se presentaba en Pamplona el violinista ruso Boris Belkin, un intérprete importante que realizó algunas grabaciones destacadas (Concierto de Sibelius con Vladimir Ashkenazy, por ejemplo), pero que nunca llegó a adquirir fama mediática. Belkin ofrecía el recital junto a Anastasia Goldberg, una pianista de la que no teníamos referencia pero con la que seguro trabaja habitualmente, y lo hacía con cuatro obras comprometidas por diversas razones. En conjunto, fue una actuación muy completa donde ambos intérpretes disfrutaron e hicieron disfrutar al público.
Fue una muestra de máxima responsabilidad empezar el concierto con una primera parte dedicada a Mozart y Schubert. Son dos compositores habitualmente considerados como fáciles y que, por eso, han sido poco respetados por los intérpretes que, en muchos casos, terminan naufragando al tocar sus obras. No ocurrió así con Belkin y Goldberg. Fue la sonata de Mozart la interpretación más paradigmática. Belkin afrontó los cuatro movimientos con pausa, excepción hecha de un Finale vibrante y explosivo. El violinista aportó un sonido puro, con poco vibrato y algunas pequeñas dudas de afinación, además de un fraseo más amplio de lo habitual en nuestro tiempo. Goldberg acompañó con serenidad y claridad de articulación. Ambos supieron desprender entusiasmo a la vez que poesía y se entregaron a la música; particularmente en el segundo movimiento de la sonata de Schubert, se dejaron llevar por un espíritu festivo que contagió a todos.
Pero el núcleo del concierto estaba en la segunda parte, con la Sonata para violín y piano de Cesar Franck. Se trata de una sonata con una estructura singular, formada por cuatro movimientos que idealmente se suceden sin pausa, donde los temas pasan de una a otra sección constantemente. Es una obra fundamental, con importantes resonancias literarias posteriores, dado que Marcel Proust se refiere a ella sin citarla en En busca del tiempo perdido. Belkin y Goldberg hicieron una notable aunque discutible interpretación. Una de las principales peculiaridades de la obra es su escritura pianística, muy cargada en la zona grave. Goldberg no quiso subrayar este detalle, y en otras manos esa decisión habría llevado a que la música pudiera parecer trivial. Al contrario, Belkin y Goldberg consiguieron una versión debussysta, llena de sutilezas, donde se percibió un constante y fructífero intercambio de ideas. Fueron dos grandes músicos interpretando a su máximo nivel.
En conjunto, fue una magnífica velada que el público disfrutó de principio a fin. Se escucharon dos propinas, algo relativamente inusual en Pamplona. Nunca serán suficientemente apreciados los músicos que, como Belkin y Goldberg, se lo pasan en grande tocando sus instrumentos. Es la mejor manera de arrastrar al público.